ZAMORANOS EN EL MUNDO - HEMEROTECA

Una "galleguita" en La Habana

La zamorana, sentada junto a su marido, ambos rodeados por sus hijas, su yerno y sus nietos.

María de los Ángeles Lorenzo Díaz, natural de Puebla de Sanabria, emigró de niña con su familia a Cuba, donde reside desde hace 66 años

02.02.2015 | 08:02

B. Blanco García

El castillo de Puebla de Sanabria que observaba desde su casa es un recuerdo constante de su niñez. En esa localidad nació María de los Ángeles Lorenzo Díaz en 1941 junto a su melliza, María Teresa, quien falleció tan solo un año después. Hija de Ángel Lorenzo Iglesias, natural de Mombuey, y de la cubana Blanca Ciria Díaz Hernández, vivió durante los primeros siete años de su vida en esta tierra, rodeada de una numerosa familia. Entre ellos recuerda con especial afecto a su madrina, a la que llama su "madre de leche", María Crespo, quien la alimentó "con el mismo amor que lo hiciera con su propia hija, ante la imposibilidad de mi madre de darnos de comer a mi hermana y a mí", explica.

 Fue la precaria situación económica la que obligó a los Lorenzo Díaz a tomar la decisión de partir hacia Cuba, donde residía la familia de su madre. "Recuerdo con gran tristeza el día de mi partida, mis padres me decían que a donde íbamos encontraría otras amiguitas con las que jugar, pero yo estaba muy triste porque lo único que entendía es que dejaría mi casa", reconoce. 

 Una fecha grabada a fuego, el 17 de febrero de 1949, es la de partida de la familia, a bordo del barco Magallanes. "Mi padre me llevaba de la mano por la cubierta mientras me hacía cuentos de fantasía y me enseñaba algunos peces grandes que nadaban al lado. Con ello evitaba que sintiera deseos de volver a mi casa e intentaba que cada día fuera entretenido", reconoce. Tras 21 días de viaje, en el puerto estaba esperando la familia de su madre, a la que no veía desde hacía dos décadas. "Para mí eran unos extraños que me abrazaban y me besaban con mucho cariño y alegría, que hablaban de una forma diferente a nosotros y que decían cosas que no entendía muy bien", describe la zamorana. 

 Instalados en una casa de unos tíos que no tenían hijos, en el municipio de Regla, María de los Ángeles se convirtió en toda una atracción: una niña de largas trenzas, que tuvieron que cortar porque se había contagiado de piojos durante la travesía, que usaba frases como "está pringado" o "dame un bollo" y que pronunciaba de manera perfecta la "z". La bautizaron como "la galleguita" y le regalaron una muñeca que aún conserva y una carterita roja con cien centavos. "Me sentí millonaria", asegura.

 Subraya que ella sufrió una "doble emigración", pues tras su llegada a la isla, la segunda partida la haría junto a sus tíos. "Vivíamos en condiciones de hacinamiento, ya que la casita tenía solo dos habitaciones pequeñas y éramos nueve personas. Mis tíos decidieron irse a vivir a otra provincia y les plantearon a mis padres el deseo de llevarme para ayudarles en su precaria situación económica, que les enfrentaba a alimentar, educar y criar a cinco hijos", relata. Una decisión "muy dura" que le llevó hasta Camagüey. "Allí comenzó otra parte de mi vida, en un pueblecito de campo, muy lejos de La Habana, donde quedaron mis padres. Mis tíos cuidaron de mí como a la hija que nunca pudieron tener", agradece, pero asegura que esa separación dejó una gran huella en su niñez. "Para mí constituyó la segunda y más dolorosa emigración, porque en este caso me alejaba del calor de mis padres y hermanos, que eran la única familia, fuente de afecto, seguridad y amor que me quedaba a tan poca edad para ser llevaba a otro lugar desconocido, con personas que nunca había visto, lo que me generaba miedo y tristeza", justifica.

 Esa segunda familia la cuidó hasta los 13 años, cuando volvió con sus padres, que habían mejorado económicamente, para continuar sus estudios superiores en la capital. Graduada en Secretariado Comercial, Taquigrafía y Mecanografía, con tan solo 17 años se casó y constituyó su propio hogar. "Llevo ya 56 años con mi marido y a mis dos hijas y nietos les he transmitido el amor por mi añorada y siempre recordada patria", afirma. Una tierra que pudo volver a visitar en 1995, gracias a la Operación Añoranza. Allí se reencontró con su familia, volver a la que fue su casa y abrazar a su madrina, 46 años después, "que me recibió con gran cariño y se convirtió en mi sombra durante toda mi estancia allí", rememora. Incluso paseó por el castillo de Puebla, sorprendida al darse cuenta "de que no era tan inmenso como lo había guardado durante tantos años en mis recuerdos. Además, caminé por el pinar que tantas veces recorrí de pequeña, llenando mis ojos de imágenes que habían permanecido opacas por el tiempo. Me sentí renacer", afirma.

 Una vida intensa por la que, a pesar de todas las vicisitudes pasadas, cada día da gracias. "Aunque en mi niñez viví momentos de tristeza como resultado de mis dos emigraciones, primero de España a La Habana, después a Camagüey, en la edad adulta he sido premiada con creces en muchas cosas", asegura para finaliza.