ZAMORANOS EN EL MUNDO - HEMEROTECA

Emigrante entre dos orillas

El zamorano, paseando por el casco antiguo

Óscar López Bueno aprovecha los veranos para disfrutar de la tierra natal de su padre, Carbajales de Alba, mientras que el resto del año reside en California

 

21.08.2013 | 11:08

B. BLANCO GARCÍA

«En California nunca entro en un bar, pero aquí no salgo de ellos», reconoce entre risas Óscar López Bueno, quien, a pesar de nacer en Estados Unidos, lleva muy dentro su amor por la tierra de su padre, Ignacio López Gazapo, natural de Carbajales de Alba. En esta localidad tiene su propia casa, a la que acude puntualmente cada mes de mayo para pasar todo el verano. «El invierno es demasiado duro. Sin embargo, en Upland, donde vivo, en febrero podemos bañarnos en el mar aun viendo las montañas nevadas cerca», compara.

Como un vecino más del pueblo, a Óscar le gusta pasar las tardes jugando la partida con los amigos. «Empezamos con el tute para ver quién paga los cafés y luego pasamos al julepe», explica. Este año, además, ha formado parte de una experiencia que piensa repetir. En la localidad salmantina de La Alberca ha estado conviviendo una semana con españoles que querían aprender inglés. «Junto con otros ingleses y americanos, nos dedicábamos a estar todo el día hablando con ellos. Me encantó la experiencia», reconoce.

Poco hacía presagiar este apego a la tierra paterna tras la primera impresión que se llevó de ella cuando la visitó en 1952, con tan solo 16 años. Tras un viaje en barco que duró quince días y terminó en el puerto de Lisboa, un amigo de la familia fue a recogerlos en coche. «La primera ciudad en la que paramos fue Salamanca, donde comimos de maravilla en un restaurante de la plaza mayor y pensé que España era maravillosa», recuerda. Esa imagen idílica de la capital desapareció al llegar a Carbajales. «Allí todo cambió. Recuerdo que en casa de mi tía le pedí ir al baño y me señaló una puerta que daba al exterior, donde estaban las vacas. Algo impensable para alguien como yo, que había vivido siempre en una capital y que ni siquiera había visto animales tan cerca», justifica.

Pero en menos de un mes pudo superar ese contraste entre una ciudad como Canton (Ohio), de la que venía, y un pueblo zamorano de comienzos de los años cincuenta. «Al principio pensé que habíamos llegado no al tercero, sino al cuarto mundo pero luego no me quería marchar. Me había enamorado de la cultura y de la gente. Poder montar a caballo o utilizar el trillo para mí no era duro trabajo de campo, sino estar en la gloria», recuerda.

El amor hizo el resto, pues fue en esa época cuando conoció a su mujer, Luisa Viñas Vara, natural de Muga de Alba, quien por entonces tenía solo 14 años. Cuando Óscar regresó a Estados Unidos se mantuvieron en contacto a través de correspondencia. En 1957 se alistó en el ejército y se trasladó a la ciudad alemana de Francfort. «Cada vez que tenía una semana de permiso volaba a Madrid, donde me encontraba con Luisa, que iba a pasar esos días a casa de un familiar para poder vernos». Fue en el parque de El Retiro, cuando estaban sobre una barca en el lago, donde le pidió matrimonio.

La boda de Óscar y Luisa el 18 de mayo de 1959 en Muga de Alba aún se recuerda en el pueblo. «Fueron tres días de celebración. Mi familia de Estados Unidos no pudo venir pero mi padre había comprado para la fiesta dos terneras, pollos, pescado e incluso gambas, que allí nunca las habían probado», enumera. El novio, junto a sus familiares de Carbajales, recorrió a pie los cuatro kilómetros que separan ambos pueblos. Tras la ceremonia, su mujer emigró a Estados Unidos a casa de sus suegros, mientras que Óscar terminaba su formación en Alemania.

Después de dos años sin encontrar un trabajo y viviendo en casa de sus padres, decidieron emigrar a California, donde su hermana Angelina le había asegurado que encontraría un empleo. Gracias a su formación en programación informática encontró rápidamente un buen puesto en la oficina de Correos.

Ya jubilado, en la actualidad es el presidente del Club Social Español de Fontana, donde los socios mantienen vivas las tradiciones de su tierra al otro lado del Atlántico. «Todos los meses tenemos una cena donde se sirve paella y luego se baila flamenco o pasodobles», apunta.

Sus dos hijas, Theresa y Jacqueline, también suelen viajar a Carbajales, aunque no con tanta frecuencia como sus padres. De hecho, la primera contrajo matrimonio con un vecino de esta localidad. «Estoy orgulloso de haber sabido mantener esta maravillosa cultura viva en mi familia y espero que continúe cuando yo ya me haya ido», desea.